miércoles, 21 de marzo de 2012

Juanito es un poco hipocondríaco

Juanito es un compañero un poco hipocondríaco, como yo. Hace poco, escuchó el caso de una persona que no pilló a tiempo un melanoma ("no es más que una peca"); el tema se complicó y en pocos meses había tomado la vía rápida.

Un día, tras una escapada de fin de semana, Juanito vio que tenía una pequeña mancha en al pubis, y al poco tiempo le estaba cambiando de color. Inmediatamente, pidió cita en el dermatólogo.

Al llegar a la consulta, tras explicarle su mosqueo por la manchita, el médico comenzó a explorarle la piel.
"Pigmentación mediterránea, todo normal. Esto es un nevus. Éste se podría quitar, pero sólo si te molesta... Todo bien. Ahora vamos a ver la mancha que te preocupa."

Juanito se bajó un poco el pantalón, y el calzoncillo, y señaló:
"¿Es un sarcoma? ¿Un carcinoma?"
"Eso...", dijo el dermatólogo. "¡ESO ES UN PELO!"

A mi compañero se le puso una cara colorada de dibujos animados, de ésas en que el rojo sube lentamente desde el cuello hasta la coronilla, pasando por las orejas.

Claro, vosotros como yo, asiduos practicantes del pubis rasurado, habéis visto más de un pelillo de éstos que se retuercen, se enquistan y enrojecen, pero Juanito es un hombre peludo y orgulloso de serlo. Y para una vez que le pone un poco de picante al aniversario de boda, ya veis cómo acaba el tema.

Doctor Hand
Fuente: Flickr
Foto: Doctor Hand (Truthout.org) CC BY 2.0

sábado, 10 de marzo de 2012

Un programador un poco callado

Hace un par de años, contratamos a un programador en mi empresa; llamémosle Juan. Era un poco callado, pero el compañero que lo entrevistó pensó que tenía potencial.

Desde ese momento fue pululando de proyecto en proyecto. Al finalizar cada uno, mis compañeros decían "sí, sí, va muy bien, pero no lo necesito más". Y en una de éstas, hace unos meses, cayó en mi equipo.

Casi el mismo día de su aterrizaje, Juan vino a verme y me dijo que tenía una oferta para irse a otra empresa. Como todo el mundo me decía "sí, sí, va muy bien", y mi proyecto iba justo de fechas, le hicimos una contraoferta. Y se quedó.

En pocas semanas ya me había dado cuenta de que Juan era bastante paquete, y mis compañeros bastante cabrones. Y pensar que se podía haber ido por su propio pie, y en cambio le subimos el sueldo...

Además, por lo que hemos visto luego, no es que sea un poco callado: es que tiene conductas de lo más extrañas. Se sienta delante del ordenador rígido como una estatua; no mueve los hombros, ni el cuello. Sólo mueve la mano del ratón, adelante y atrás, mira a su alrededor como de reojo, y a veces asiente, sonriendo para sí mismo.

Hace tiempo que lo queremos despedir, pero no nos atrevemos. Pensamos que, al día siguiente, se presentará en la oficina con una katana. O con una recortada y se liará a tiros.

En la comida, bromeamos entre nosotros ("que lo despida el que lo fichó", "han movido a X al lado de Juan; ahora está en primera línea de fuego"), y nos reímos de la situación, pero son risas nerviosas: en el fondo le tenemos miedo.

El lunes mi empresa anunció un ERE, y Juan está en la lista negra. Ya sé que es un drama, tal y como están las cosas, pero yo no puedo evitar pensar que el día de la katana se acerca...

Aunque, bien mirado, ahora podemos echarle la culpa a esos jefazos de Madrid que siempre están dando por culo. Les pediremos que vengan a la oficina de Valencia a comunicar los despidos, a dar las cartas en persona.

Con un poco de suerte, Juan acabará la munición antes de fijarse en nosotros, escondidos detrás la fotocopiadora o de la máquina de café.

Vida en la oficina
Fuente: Flickr
Foto: Vida en la oficina (Antonio) CC BY-NC-SA 2.0

viernes, 2 de marzo de 2012

Mis reuniones son deporte de riesgo

Mis reuniones de trabajo se han convertido en un deporte de riesgo.

Hace dos miércoles, en pleno comité de seguimiento de un proyecto, me saltó la uña del meñique del pie derecho. Encogí el dedo, y noté que se me enganchaba en el calcetín (rrraaasss!)

Ya sé lo que estáis pensando. Lo confieso: tenía las uñas un poco largas... pero no eran para tanto.

Aguanté hasta el final de la reunión, con la cara más amarga que un limón, y salí pitando al baño.

Cuando me quité el calcetín, con el pie apoyado en la cisterna del water, me quedé blanco. Tenía toda la uña levantada, todavía sujeta por la raíz, y no sabía si arrancármela o pegarla de vuelta en su sitio.

Al final, opté por lo segundo: me enrollé el dedo como pude con un trozo de papel higiénico y me volví a calzar.

Lo siguiente que hice fue llamar a mi podóloga, para ver si podía hacer una visita de urgencia. Diez minutos después, me colaba en su consulta.

Por suerte, la matriz de la uña estaba bien: recortó el resto suelto, me repasó los dos pies (durezas incluidas) y dos semanas después vuelvo a tener una uña, aunque se le ve todavía un poco enclenque.

Purple Doc's & Argyle Sox

Fuente: Flickr
Foto: Purple Doc's & Argyle Sox (nikoretro) CC BY-SA 2.0