viernes, 25 de febrero de 2011

Si te llamas Richie, despedido

Salió preocupado del Comité de cierre del mes de enero. El compañero que lleva los clientes bancarios le comentó, de pasada, que había despedido a otra persona. "¿Cómo se llamaba?", "Richie. Y se llama, que no ha pasado a mejor vida."

Al llegar a casa, lo comentó con su novia. "Cariño, han despedido a otro", "¿a otro qué?"; "a otro Richie". "¿Cuántos van?", "ya van siete". Preocupación ajena, y un poco absurda. "Países cayendo, la economía por los suelos, el paro por las nubes, los pueblos levantándose (en España no, por supuesto). Y yo preocupado por el despido de Richies".

Varias semanas después, en el Comité de febrero, se enteró de que habían despedido a tres personas desde la reunión anterior (dos en Madrid y una en Barcelona). Esa misma tarde llamó al departamento de Recursos Humanos, y le confirmaron sus sospechas.

Felipe, el director de Recursos Humanos, era un poco australopithecus. Pero, ¿tanto como para despedir a todo el mundo que compartía el mismo nombre? "Es absurdo".

"Pues sí", le dijeron. "Hay un plan para despedir a todos los trabajadores con nombre Richie". "¿Y eso por qué? ¿Le han puesto los cuernos a Felipe con un Richie?". "No. Son más torpes que la media."

martes, 22 de febrero de 2011

Un paso más

Un paso más. En mi carrera, en mi curtimiento personal o en mi deshumanización. Hoy he despedido por primera vez a una persona.

No es porque la empresa vaya mal, aunque ha ido mejor. Era porque no hacía un buen trabajo, no para la categoría con la que se le contrató (ni seguramente para otra categoría inferior).

Lo importante en este caso es no llevar al terreno personal las causas del despido, sino objetivar al máximo los argumentos, en este caso unos resultados que no eran los esperados.

No deberíamos haber fichado a este chico, sacándolo de un trabajo que no le gustaba pero en el que seguramente estaba más seguro, o más protegido (por el derecho a la indemnización acumulada). Aunque creo recordar que lo iban contratando por obra y servicio, y no tendría una antigüedad que lo protegiera. En cualquier caso, salió de otra empresa, y en la nuestra estaba a gusto, pero no ha cuajado.

Estos trabajos mentales, en los que el rendimiento no se mide en metros de pared, número de expedientes, páginas o lo que sea; en estos trabajos es difícil medir el rendimiento o la productividad. Es complicado porque nunca hacemos lo mismo dos veces, y al final la sensación de lo que le cuesta a una persona realizar las tareas que se le encomiendan es imposible de cuantificar. Pero la sensación está, sensación de que unas personas resuelven y otras se atascan. Incluso cuando alguien falla, se puede intuir si ha sido por una dificultad excesiva o por una falta de capacidad.

Es difícil decirle a una persona que no está dando lo que se espera, pero es más difícil decirle que no creemos que sea capaz de darlo, que no la vemos capacitada para llevar a cabo unas tareas para las que esta persona sí se ve capaz. Pero a veces es así: hay mucha gente que intenta, o se ve abocada a, desempeñar actividades para las que no está dotado; deberían buscar otra actividad. Cuesta decirlo, pero es necesario.

En el fondo, nunca sabré si ha sido para peor o para mejor. Le he aconsejado que se prepare para que en un próximo trabajo pueda empezar a trabajar, rindiendo desde el primer día, con las tecnologías que ha empezado a aprender. Pero no sé si esto será suficiente, si será capaz de aprender a la velocidad que exige el mercado. Las empresas sólo quieren gente capaz de correr desde el primer día. No hay lugar para gente que vaya a otro ritmo. O corres, o corres más.

Quizá no sea muy sostenible, pero es lo que hay. Quizá haya gente protegida por una plaza de funcionario, o por varios años trabajados (gracias a épocas más tolerantes con la baja productividad), pero la gente que cambia en estos malos tiempos no tiene esta oportunidad. Los mejores siguen, el resto mejor que no se mueva, porque se puede perder la silla.

Con todo, convencido como estaba de la necesidad de despedir a esta persona, no me ha costado tanto. Desde luego, no he disfrutado, pero la próxima vez que despida a alguien me costará menos.

martes, 15 de febrero de 2011

Tenemos un problema

Cuando me di cuenta, ya estaba todo lleno de sangre. Charcos sembrados por el suelo, y algunas huellas dejando rastro por toda la habitación. Las paredes también habían recibido su ración, y los hilos rojos seguían creciendo lentamente hacia el suelo. No sabía muy bien cómo había sucedido, y no recordaba nada desde que había dejado a mi hija en el colegio.

El salón, por lo demás, seguía vacío salvo por las cajas precintadas. Apiladas en la pared más alejada de la puerta, apenas había unas pocas gotas en un par de ellas. La triste bombilla, balanceándose, daba a la escena un aspecto tétrico.

Eché mano al bolsillo y saqué el móvil, aunque no sabía a quién llamar. Me acerqué a la ventana y, apartando la cortina con la mano, marqué el número de la policía mientras recorría con la mirada la calle. Estaba lloviendo, y los coches pasaban despacio.

- Tenía razón el guiri. Nos hace falta aprender a conducir con lluvia - dije en voz alta.

No cogían el teléfono, ni saltaba ningún contestador. El cielo se encendió con tonos púrpura, de repente. Las cortina que todavía sujetaba se me escapó de las manos y cayó hacia el techo mientras el vidrio de la ventana saltaba en pedazos. "Suerte de gafas", pensé. Empezaba a oler a quemado, a pelos chamuscados, a electrónica recalentada, a papel ardiendo. "No entiendo nada".

- Se busca experto en nuevos dispositivos - comentaba Matías Prats en las noticias, justo antes de que un trozo del marco de la ventana se incrustara en el centro de la pantalla. Ya ves tú para qué.

A cámara lenta, me voy quitando tres trozos de cristal del brazo y el costado. Las gafas, cuarteadas y empañadas, terminan la frase. La bombilla del techo oscila desmañadamente, y las sombras salen de la ventana y vuelven a entrar por la puerta. Doy un par de pasos por el techo, que ahora está a mis pies, y me siento en el borde superior del hueco que dejó la ventana al saltar por los aires. Desde esta postura, la bombilla se yergue erecta como un globo de helio nervioso. Me levanto y me acerco a la bombilla. La golpeo con el dedo, con un golpe seco de canicas, y espero mientras  vibra hasta detenerse. "Claro, que ya he soñado con esto".

Yo y mucha gente más. Al principio todavía escuchaba los comentarios de otros, en el trabajo o por la calle, pero poco a poco los susurros remitieron y fueron reemplazados por las miradas soslayadas, como de complicidad. Cuando, los de la primera oleada, vieron que los sueños absurdos eran coincidentes, se callaron. Los segundos interpretaban el ostracismo como rechazo o repudio, y se callaron. Los terceros ya no encontraron a nadie que les escuchara. Yo era un adelantado, y no me pude sentar a observar a mi alrededor las reacciones, sin tomar parte.

Por raro que parezca, las cosas todavía conservan cierta lógica dentro del absurdo rododendro. Esto es normal, que en el desvarío del fin del mundo se encuentren pautas en las situaciones más absurdas canciones. El sereno pasó por la calle mientras un fuerte viento remitía y daba paso a nuevas precipitaciones. "Estoy perdiendo la cabeza".

Esto si no la había perdido ya, arrancada de cuajo por un fragmento de vidrio verdoso, de forma triangular, que había visto abalanzarse sobre mí, dando volteretas. Suerte que me dio de plano, o no estaría contándolo ahora mismo.

Siguiente... Esta noche estamos de suerte, sobre todo teniendo en cuenta que son las cinco de la tarde y no debería estar tan hambriento. Pero claro, en la reunión sólo he comido 3 o 4 mediasnoches con lomo y fuet, y una ración minina de risoto. O como se llame. Qué putada; dejar de existir con hambre es como desaparecer un poco menos.

No es un día de hacer cosas normales. Vamos a volar un rato... Me acerco a la ventana, y hago el pino hasta rozar con los pies una de las cajas de mudanza. Me impulso con los brazos hacia el suelo, y de nuevo el centro de la Tierra me atrae hacia sí. Por el sonido, creo que me acabo de cargar parte de la vajilla buena (antes de estrenarla; no hay que reservarse tanto), pero al menos ha amortiguado el golpe. Desde el suelo, y con el cuerpo orientado en el sentido habitual, vuelvo a ver el cielo por encima del tejado de enfrente. Ahora es verde esmeralda, y unos círculos amarillos se mueven haciendo zigzag mientras suben. Cierro los ojos y sigo viendo los círculos, o al menos parte de ellos. Mal asunto; parece que tengo agujereados los párpados, así que ya me puedo ir buscando un antifaz con lo porculero que soy para dormir.

Abro los ojos. Barro con mi mano el aire, con un único movimiento,un arco lento, como un gesto de despedida, cubriendo con el desplazamiento la superficie aparente de la ventana desde mi punto de vista. Como si fuera una brocha, el hueco de ventana, descubierto tras el paso de la mano, aparece de nuevo cubierto con una membrana roja. La superficie está cubierta de líneas, gruesas en un lado, ramificándose hacia el otro como nervios o venas.

Se va haciendo tarde. Estoy cansado, porque esta noche no he dormido bien. Me acurruco entre las cajas, cierro los ojos (los párpados parecen intactos) y caigo rendido en el acto. El mundo, que tanto esfuerzo me cuesta mantener girando sobre su eje, se desvanece y finalmente deja de existir. Desde siempre y para siempre.

domingo, 6 de febrero de 2011

Domingos noche

Ya son una mierda. Y a los que no nos gusta el fútbol, ni ese aliciente tienen.

viernes, 4 de febrero de 2011

El regalito

Desconcierto. Acabo de cerrarme la boca, empujando el mentón suavemente hacia arriba con la mano derecha. El chico de logística, que se encarga de las cámaras de seguridad, me mira con una sonrisa pícara en los ojos. En la pantalla, en medio de la oscuridad, una mancha blanca.

Esta mañana, al salir del coche en el parking de la oficina, he pensado: "Aquí huele a...". A mierda; en una de las plazas vacías, un mojón.

Parece que alguien tuvo ayer por la noche un apretón, antes de irse a casa. Alguien que se fue tarde, más tarde que yo. No pueden ser muchos.

Como las luces son manuales, el cagón hubiera salido impune si no fuera porque el móvil del propio sujeto se iluminó en plena faena, al caerse accidentalmente del bolsillo del pantalón. Durante toda la mañana, analizando las imágenes, intentamos encontrar pistas. La señora de la limpieza no ha sido tan paciente, pero la entiendo perfectamente. Los regalitos en vídeo no huelen.